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La santidad de José, guía para la vida espiritual

¿En qué consiste la santidad de José? Esta cuestión plantea por sí sola varios retos. En efecto la devoción popular acabó por superar la limitada cobertura textual sobre José en la Biblia. Podríamos así revisar los títulos y las letanías de José, o incluso los textos apócrifos y otros escritos. Pero es al Evangelio al que queremos dirigirnos. Aunque "el misterio que rodea lo sobrenatural y sus signos externos explica que los habitantes de Nazaret no conocieran la divinidad de Jesús, ni la alta santidad de María y José"[1], creemos que su lectura atenta puede enseñarnos mucho más de lo que percibimos a primera vista. Por tanto, emprendemos este viaje a modo de contemplación de los misterios de la infancia de Jesús.


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La profundidad de la vida espiritual de José


Propondremos una lista de 10 verbos ordenados en dos grupos: los siete primeros pretenden mostrar la profundidad de la vida interior de José; los tres últimos, cada uno de los consejos evangélicos. De este modo, esperamos destacar la conveniencia de encontrar en José una guía segura para la vida espiritual.

Estátua de san José, Nazaret. Foto: E. Pastore


1. Morar en Dios – Anuncio a José (Mt 1, 16, 18-25)


Comenzamos nuestro viaje en Nazaret, donde "José, el marido de María, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, decidió despedirla en secreto" (Mt 1,19). No es sobre la integridad de María que reflexiona José. En realidad, se recoge en Dios, "en secreto" (Mt 6,6), para discernir la actitud que debe adoptar ante el misterio del que es el único testigo. Lejos de esconderse de Dios como Adán, José se parece a Moisés ante la zarza ardiente. Percibe la presencia de Dios y se descalza ante él, con la intención de no interferir en sus planes. La misión de José comienza, pues, con una actitud de discernimiento para afinarse a la voluntad de Dios.


2. Adorar – Nacimiento de Jesús (Lc II, 1-8)


Nueve meses después, encontramos a José en Belén. Lo que nos llama la atención aquí es su actitud ante las primeras adversidades a las que se enfrenta. Un edicto, un viaje, la falta de espacio... Y sin embargo, ni una sola queja por su parte. Por el contrario, intenta encontrar una solución con los medios disponibles. Es un ejemplo del consejo de San Juan de la Cruz: "Oración, olvido de lo creado, recuerdo del Creador, atención al interior y amor al amado"[2]. No pierde de vista lo esencial: el nacimiento de Jesús, y es la primera persona, además de María, en adorar al Hijo de Dios.


3. Hablar de Dios – Circuncisión (Lc 2, 21)


Ocho días después del nacimiento llega el tiempo de la circuncisión y "el niño recibió el nombre de Jesús". Es al padre de familia a quien incumbía la responsabilidad de poner nombre a los hijos. Este pasaje nos permite entonces escuchar la única palabra reportada de José. Como el Padre eterno, José sólo tiene una palabra, un solo nombre: Jesús. Esto arroja luz sobre el silencio de José: no es una cuestión de carácter, sino de orientación, de elección: José sólo puede hablarnos de Jesús. Casi podríamos decir que es el iniciador de la oración del nombre de Jesús, él que lo pronunció tantas veces, en una mezcla de naturalidad y reverencia.


4. Llevar a Dios - Adoración de los Magos (Mt 2, 9-11)


Pero a José no le basta con hablar de Jesús: también nos lleva a Él. Esto es lo que nos revela el episodio de los Reyes Magos pues, aunque no se menciona a José, no está ausente de la escena. En Belén, fue él quien proveyó a las necesidades de su familia encontrando incluso una casa. Así, cuando los Reyes Magos llegaron, lo más probable es que no dieron directamente con María y Jesús, sino más bien que "acudieran a José" (Gn 41,55), quien, como "administrador fiel y prudente al que el amo confió el cuidado de su personal para que lo distribuyera a su debido tiempo" (Lc 6,42), los habrá introducido él mismo en la intimidad de la casa de Belén.


5. Proteger – Huída a Egipto (Mt 2, 13-23)


Sin embargo, José no deja que todos se acerquen. A veces, por el contrario, tiene que esconder y alejar al Niño Jesús de los peligros que le amenazan. Esta es la historia de la huida a Egipto. El Papa Francisco nos pregunta "si defendemos con todas nuestras fuerzas a Jesús y a María que están misteriosamente confiados a nuestra responsabilidad, a nuestro cuidado, a nuestra custodia"[2]. En el caso de José, vemos que se apresura en actuar: se levanta en medio de la noche, desafiando el sueño y la aparente tranquilidad; tampoco calcula su esfuerzo: no era necesario irse tan lejos para escapar de Herodes, pero José se va hasta donde el ángel le indica y por un tiempo indefinido. José nos da el ejemplo de ser "valiente y fuerte. La acogida es un modo por el que se manifiesta en nuestra vida el don de la fortaleza que nos viene del Espíritu Santo. Sólo el Señor puede darnos la fuerza para acoger la vida tal como es, para hacer sitio incluso a esa parte contradictoria, inesperada y decepcionante de la existencia.” [3]


6. Buscar – El Niño perdido y hallado en el Templo (Lc 2, 26-38)


Nombrar a Jesús, llevarnos a él o quitarlo de nuestra vista... Podríamos acabar creyendo que José podía disponer de Jesús a su antojo. Sin embargo, el incidente del Niño perdido y encontrado en el Templo nos disuade de ello. Como nosotros, José pensó que lo había perdido, sufrió por su ausencia, necesitó buscarlo, sintió que no lo comprendía; también de José, Jesús se escondió momentáneamente. Pero sea cual sea la causa de esta pérdida, José nos enseña la única manera de vivir esta prueba: volver a Jerusalén, ir al Templo, seguir buscándolo y no parar hasta encontrarlo de nuevo: es decir, buscar la presencia de Dios y permanecer en ella mediante la vida de gracia, la oración y la práctica de las virtudes teologales. Esta fue la reacción de José y María.


7. Vigilar - La noche


Para concluir esta primera parte de la reflexión, queremos subrayar un último aspecto que es el de la noche. En efecto, varios pasajes mencionan que un ángel se le apareció a José de noche, y que éste se levantó de noche para huir. ¿Qué nos dice este detalle? En el sentido literal, se trata en primer lugar de una indicación temporal. Aporta una precisión sobre la acción de Dios y sobre la vigilancia de José. Por un lado, incluso de noche, Dios instruye al justo; por otro lado, incluso en su sueño, José permanece atento a Él. En un sentido espiritual, esta noche también puede evocar otras dos situaciones. Por un lado, la insuficiencia de los sentidos para comprender la acción de Dios; por otro, la total pacificación interior del alma donde nada se resiste a la acción de la gracia. En cierto modo, estas tres noches estuvieron presentes en la vida de José, ofreciendo cada vez a Dios la respuesta de una adhesión total y filial a su voluntad.

Vidriera del sueño de José, cripta de la iglesia de San José, Nazaret.

Foto: E. Pastore


Al final de esta primera etapa, podemos ver la grandeza del alma y la profundidad espiritual de San José. Recibió y vivió su misión anclado en Dios, por lo cual se destaca como modelo y guía seguro en nuestra propia vida espiritual. Veamos cómo encarnó los tres consejos evangélicos.


José y la práctica de los consejos evangélicos


El interés de este último esfuerzo proviene de la importancia de la práctica de los consejos evangélicos en el seguimiento de Cristo y en un camino de santidad. Aunque sería anacrónico atribuir a José la intención de ponerlos en práctica, su vida nos da un ejemplo elocuente de castidad, pobreza y obediencia.


8. Abrirse, llevar fruto - Castidad


Comencemos con una reflexión sobre la castidad, que se destaca especialmente en tres momentos de la vida de José.


El primero se remonta a la Anunciación. La objeción de María al ángel de que "no conocía a ningún hombre" (Lc 1,34) descubre una decisión previa de la pareja de casarse salvaguardando su virginidad consagrada. Como prometida, María no podía asumir este compromiso sin el consentimiento de su marido, lo que demuestra que José era consciente del deseo de María, que lo aceptaba y lo compartía. En este sentido, la castidad y la virginidad de José no son una consecuencia de la Anunciación. Ni Dios ni María impusieron este estilo de vida a José, sino que él mismo lo abrazó libremente.


El segundo y el tercer momento que observamos son los episodios de la huida a Egipto y el reencuentro del Niño en el Templo. En su huida, José "tomó al niño y a su madre": notamos que el pronombre posesivo hace referencia a Jesús y no a José quien observa una actitud desprovista de cualquier rastro de posesividad. Unos diez años después, tras encontrar al Niño Jesús, regresó de Jerusalén a Nazaret con la misma actitud de desprendimiento. Las palabras del Papa Francisco lo confirman con estas palabras:

«Ser padre significa introducir al niño en la experiencia de la vida, en la realidad. No para retenerlo, no para encarcelarlo, no para poseerlo, sino para hacerlo capaz de elegir, de ser libre, de salir. Quizás por esta razón la tradición también le ha puesto a José, junto al apelativo de padre, el de “castísimo”. No es una indicación meramente afectiva, sino la síntesis de una actitud que expresa lo contrario a poseer. La castidad está en ser libres del afán de poseer en todos los ámbitos de la vida. »[5]

Contemplemos la fecundidad que brotó de la vida de José y María. Con su consagración virginal en el matrimonio, ofrecieron a Dios las condiciones ideales para recibir la invitación a ser los padres del Verbo encarnado.


9. Acoger y ofrecer - Pobreza


Pasemos a la pobreza. José nos da primero el ejemplo de la pobreza material. La residencia en Nazaret, de la que no podía salir nada bueno (Jn 1,46), el oficio de carpintero, un pesebre, dos tórtolas, tres viajes, uno de ellos al extranjero, cada vez implicando la reconstrucción de una situación social y profesional... Sin duda, José no vivió en la miseria, pero conseguir que a su familia no le faltara nada no fue sin esfuerzo.

El taller de San José, Iglesia de San José, Nazaret.

Foto: E. Pastore


También nos da el ejemplo de una pobreza espiritual, que se refleja, por un lado, en su disposición de ejercer su papel de padre en una familia en la que su hijo y su esposa le superaban en santidad; por otro lado, en su actitud de aceptar y acoger los peligros de la vida:

«Muchas veces ocurren hechos en nuestra vida cuyo significado no entendemos. Nuestra primera reacción es a menudo de decepción y rebelión. José deja de lado sus razonamientos para dar paso a lo que acontece y, por más misterioso que le parezca, lo acoge, asume la responsabilidad (…) La vida espiritual de José no nos muestra una vía que explica, sino una vía que acoge. »[1]

Finalmente, pobre de sí mismo, José se entrega por completo. Así, su pobreza adquiere las cualidades de la entrega que menciona el padre María Eugenio en Quiero ver a Dios [2]: absoluta, porque no se guarda nada para sí mismo; indeterminada, porque no sabe de antemano lo que exigirá el plan de Dios; y a menudo renovada, como lo demuestran sus tradicionales peregrinaciones a Jerusalén ("subieron en peregrinación según la costumbre" Lc 2,42). Mientras que Santa Teresa de Ávila nos advierte que "somos tan lentos para hacer el don absoluto de nosotros mismos a Dios que nunca terminamos de prepararnos para la gracia del verdadero amor. Nos parece que se lo damos todo a Dios. Pero nosotros le ofrecemos sólo la renta y los frutos, mientras nos quedamos con la sustancia y la propiedad "[3], encontramos en José el ejemplo de alguien que no se cansa de ofrecerse a sí mismo y todo lo que tiene a Dios.


10. Seguir - Obediencia


Dedicamos nuestra última palabra a la obediencia de José. Fue una constante en su vida y los Evangelios lo relatan de forma incisiva. Desde la Anunciación hasta hallar el Niño en el templo, observamos a José obedeciendo a su conciencia, a las leyes civiles y religiosas, a las tradiciones y al ángel. Su obediencia no es ciega ni pasiva: José debe aplicar todo su entendimiento para adaptarse a las circunstancias. Pero es humilde y dócil: se deja guiar, sin depender ni juzgar la calidad de los mensajeros de la voluntad divina. Las palabras de Caffarel sobre la justicia pueden trasladarse a la obediencia de José: “Nos hallamos lejos de un respeto formal de la ley, de un legalismo sin alma. José es "justo" porque se esfuerza incesantemente por encontrar el amor en la ley. Su justicia pues es una constante actitud de silencio y de escucha delante de Dios, una voluntad incondicional de vivir según Dios”[4].


La obediencia de José culmina con su muerte que los Evangelios no registran. Para los creyentes, José es el patrón de la buena muerte porque pasó de este mundo al otro rodeado de Jesús y María. Por lo tanto, disfrutó de la mejor compañía. Pero, al mismo tiempo, qué desprendimiento, qué renuncia... Someterse a la separación de los seres más queridos y entrañables, admitir el fin de su misión de guardián y protector terrenal de la Sagrada Familia, desvanecerse aún más en el silencio, respondiendo a la voz del Padre que le llamaba en el más allá. La muerte de José es, pues, un acto de abandono total y esto contribuye a su grandeza. «En efecto, no es la gracia de la oración, incluso la más elevada, la que es significativa de la santidad de una vida, sino la disponibilidad absoluta a toda la voluntad de Dios en la renuncia absoluta a sí mismo. »[5] En esto consiste la santidad de José: en el absoluto desprendimiento con que administró las más extraordinarias gracias que Dios ha concedido a un hombre: ser el esposo de María y el padre de Jesús.


Conclusion


Es hora de poner fin a este viaje. Hemos descrito algunos rasgos de su santidad: la profundidad de su vida espiritual y la práctica de los consejos evangélicos. Esto debería animarnos a encontrar en José un modelo, un guía, un padre en nuestra propia vida espiritual, siendo su objetivo esforzarse cada vez más "por una unión cada vez más íntima con Cristo" [6]. A Jesús; a Jesús por María; a Jesús, por María, por José. María y José no son escalones en el camino, sino la santa pareja mejor dispuesta para llevarnos a Jesús. Concluimos con esta última cita, que esta vez nos permite contemplar a José desde la perspectiva de su hijo, Jesús

En esencia, celebrar a San José significa mirarlo a través de los ojos del Señor Jesús. Oír la voz de María señalando hacia él nuestro afecto y dirigir nuestro corazón hacia José. ¿Es la vida cristiana algo más que una imitación de Jesucristo? ¿Es otra cosa que la adquisición del Espíritu que se cernía sobre la casa de Nazaret? Amar a José no es una opción personal, sino la elección de Jesús.


Nosotros, que tantas veces intentamos entrar en el misterio de la Infancia a través de los ojos de San José, descubrimos la grandeza de José a través del Corazón de Jesús. José nos guía y protege a través del desierto, José trabaja y educa con sabiduría en el hogar familiar. José a quien se le obedece mejor siguiendo su ejemplo. José a quien admiramos y a quien queremos agradecer tanto por lo que hace en silencio, por lo que es en secreto.[7]


Lucie Favier

NOTAS

[1] (P. Marie-Eugène de l'Enfant Jésus, 1998) p 134. Traducción personal : Dios no tenía que velar milagrosamente las maravillas realizadas en estas almas; le basta con dejar a la gracia el misterio que la envuelve y asegurar a las manifestaciones externas de lo sobrenatural el velo de la simplicidad que es el carácter de lo más alto y puro. [2] (Cruz, 2002), Letrillas, Suma de perfección, p81 [3] (Francisco, 2020) #5. Padre de la valentía creativa [4] (Francisco, 2020) #4. Padre en la acogida

[5] (Francisco, 2020) #7 Padre en la sombra

[1] (Francisco, 2020) #4, Padre en la acogida [2] (P. Marie-Eugène de l'Enfant Jésus, 1998) p322-335 [3] (P. Marie-Eugène de l'Enfant Jésus, 1998) p322, citando la Vida de santa Teresa de Avila cap 11 [4] (Arellano Librada, 2021) [5] (Arminjon, 1983) p158, traducción personal « Ce n’est pas en effet les grâce d’oraison, même le plus élevées, qui sont significatives de la sainteté d’une vie, mais bien l’absolue disponibilité à tout vouloir de Dieu dans l’absolu renoncement de soi-même. » [6] (Congregación para la doctrina de la fe, 1992) #2014 [7] (Dominique Joseph, 2020) – Traducción personal: Dans le fond, célébrer saint Joseph revient à le regarder avec les yeux du Seigneur Jésus. Entendre la voix de Marie le désignant à notre affection et tourner vers Joseph notre cœur. La vie chrétienne est-elle autre chose qu’une imitation de Jésus-Christ ? Est-elle autre chose que l’acquisition de l’Esprit qui planait sur la maison de Nazareth ? Aimer Joseph n’est pas une option personnelle, mais le choix de Jésus. Nous qui, si souvent, tentons d’entrer dans le mystère de l’Enfance avec les yeux de saint Joseph, découvrons la grandeur de Joseph par le Cœur de Jésus. Joseph guide et protège pour traverser le désert, Joseph travaille et éduque avec sagesse dans la maison familiale. Joseph à qui on obéit le mieux en suivant son exemple. Joseph qu’on admire et qu’on a tant envie de remercier pour ce qu’il fait dans le silence, pour ce qu’il est dans le secret.

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