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En el monte de la Transfiguración: disfrutar de la compañía del Hijo amado

Hoy celebramos la fiesta de la transfiguración de Jesús. La liturgia nos propone la versión de Marcos (Mc 9, 2-9). Es un momento importante para Jesús y sus amigos más íntimos: Pedro, Santiago y Juan; y también para todos los que queramos ser discípulos de Jesús.

2Seis días más tarde Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, sube aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. 3Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. 4Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. 5Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». 6No sabía qué decir, pues estaban asustados. 7Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo». 8De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.9Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. (Mc 9,2-9)

El episodio toma lugar en la región de Cesarea de Filipo (Mc 8,27). Jesús invita a los suyos a seguirle arriba de una alta montaña.

El "monte alto" de la región de Cesarea de Filipo, en el norte de Galilea, es el monte Hermón que culmina a 2814 metros de altura. Fotos: BiblePlaces


El texto nos cuenta que esta invitación a subir a una montaña elevada viene unos días después de haberles anunciado la pasión, de haber reprendido fuertemente a Pedro por su resistencia al camino de la cruz y de haberles recordado que el camino de su seguimiento implica negarse a sí mismo, cargar con la propia cruz y seguirle; requiere aprender a perder para ganar; y no avergonzarse de Él y sus palabras.

Un santuario en memoria de la Transfiguración ha sido construído más al sur de Galilea. Se le llama el monte Tabor. Fotos: BiblePlaces


La posibilidad de un mesías sufriente era muy difícil de aceptar. Lo era entonces y lo sigue siendo ahora. Muchas veces preferiríamos un pseudo dios que nos asegurara sólo momentos serenos y sin dificultades en los que podamos percibir su “omnipotencia”, su capacidad para eliminar todo lo que nos cuesta. La experiencia nos muestra, sin embargo, que esto no es posible y que por más que queramos no podemos huir de la complejidad de la vida humana con sus altos y sus bajos; con sus luces y sombras; con sus alegrías y tristezas.

En el Monte Hermón. Foto: E. Pastore


Pedro, Santiago y Juan suben con Jesús a la montaña, presencian la transfiguración. No tenemos idea de lo que esto significa, sólo sabemos que “Su ropa se volvió de una blancura resplandeciente y se les aparecieron Elías y Moisés hablando con Jesús”.

Jesús rodeado de Moíses y Elías, Monte Tabor. Foto: E. Pastore


Algo impresionante debió experimentar Pedro que expresó con la fuerza de siempre: “Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a armar tres tiendas: una para ti, una para Moisés y una para Elías”.

Una tienda en NeotKedumim. La alusión a las tres tiendas de parte de Pedro está probablemente relacionada con la fiesta judía "de las cabañas o tiendas" (soukkot) que se festeja al otoño en memoria de los cuarenta años transcurridos en el desierto (Ex 24,1-8 ; Ex 34,6-35). Foto: BiblePlaces.


En medio de esa experiencia viene una nube y se escucha la voz del Padre: “Éste es mi Hijo querido. Escúchenlo”. Queda Jesús solo con ellos y cuando bajan de la montaña les pide que no le cuenten a nadie lo que han visto antes de que resucite de entre los muertos.

Nube en el Monte Hermón. Foto: BiblePlaces


En nuestras vidas, también experimentamos momentos de Tabor. No sabemos explicar muy bien de qué se trata pero la compañía de Dios, la altura de la montaña, la belleza de ser parte de una historia de salvación nos hacen querer decirle a Dios: ¡Qué bien se está aquí!, quedémonos, instalémonos. Sin embargo, sabemos que antes y después vivimos momentos de oscuridad, de dolor, de ambigüedad. Las experiencias de luz nos pueden ayudar mucho en los momentos de oscuridad. Quizá fue algo de lo que Jesús quiso regalarles antes de la pasión. Una experiencia viva de que la cruz no tiene la última palabra. Jesús es el mesías crucificado y resucitado, gracias a Él, el dolor y el sufrimiento pasan. Vale la pena escucharle y vivir en su compañía como hijos amados de un mismo Padre bueno que nos acompaña en las buenas y en las malas; que no nos quita el sufrimiento, pero nos promete su compañía y su fuerza para acogerlo desde el amor confiando en que la cruz y el dolor no tienen la última palabra en nuestra vida.


Eugenia Álvarez

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