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Biblia y arqueología: ¿dos extremos?

Viajar a Tierra Santa puede resultar sorprendente e incluso inquietante para los peregrinos. Los datos geográficos o históricos no siempre se corresponden exactamente con lo que se cuenta en el Antiguo o el Nuevo Testamento. Entonces, ¿cómo debemos ver la relación entre la Biblia y la arqueología? ¿Quién tiene razón?


Hasta la primera mitad del siglo XX, la arqueología de las tierras bíblicas fue llevada a cabo principalmente por investigadores estadounidenses de origen religioso conservador. Para ellos, la arqueología se entendía generalmente como un apoyo a los textos bíblicos. Sin embargo, a medida que la arqueología se fue convirtiendo en una ciencia independiente de la Biblia, demostró ser una amenaza para la fe, ya que en muchos aspectos aportaba pruebas que eran innegablemente contradictorias con la Biblia. Desde entonces, la relación entre la Biblia y la arqueología se ha vuelto cada vez más compleja y han surgido diversas posturas.


En aras de la simplicidad, comencemos mencionando los extremos de este espectro. Están representadas por dos escuelas anglosajonas que aún hoy se enfrentan. Por un lado, están los "ortodoxos". Para ellos, los textos bíblicos pueden considerarse una fuente válida para reconstruir la historia de Israel y mantienen la cronología bíblica tradicional tal y como aparece en los propios relatos bíblicos.


En el otro lado están los "revisionistas". Para ellos, el Antiguo Testamento es en gran parte una ficción y el propósito de escribirlo es ideológico. Estos estudiosos consideran que es imposible reconstruir la historia del antiguo Israel a partir de la Biblia.


Sin embargo, ambos grupos trabajan con los mismos elementos. Comparten esencialmente el mismo enfoque teórico y metodológico de los datos arqueológicos, pero discrepan en cuanto al valor que debe darse a los datos arqueológicos. Esto demuestra que la arqueología no es una ciencia "dura" o "exacta", sino que implica una interpretación.


Entre estos dos extremos, han surgido otras posiciones. En la investigación europea, a partir de los años 70, "se impuso un saludable escepticismo sobre el valor histórico de estos textos"[1], explica Thomas Römer. 1] Esta posición se estableció en particular gracias a la contribución de los eruditos de habla alemana que impulsaron el desarrollo de la crítica histórica de la Biblia. Han sacado a la luz el hecho de que cada libro bíblico es el resultado de un largo y complejo proceso de reescrituras sucesivas. Por lo tanto, un texto no corresponde a un solo periodo. A continuación, ofreceremos algunos ejemplos.


Además, cada libro bíblico debía leerse a la luz de los descubrimientos arqueológicos y de las inscripciones reales egipcias, asirias y babilónicas, que permitían completarlo, confirmarlo o corregirlo en algunos puntos. En efecto, si la Biblia es un documento que cuenta la historia, no es más neutral u objetivo que los escritos de los reinos vecinos, cada uno de los cuales cuenta la historia según su propio punto de vista y su propia ideología. La confrontación de los textos bíblicos con los datos arqueológicos y epigráficos es, por tanto, un valioso medio para trazar la historia de Israel y Judá de forma más objetiva. Esto no significa que la Biblia no sea una herramienta útil para rastrear la historia, pero sí que hay que leerla de forma crítica, para desenmascarar las reconstrucciones teológicas e ideológicas que le han dado forma.


Tomemos dos ejemplos:

  • Primero, en el Antiguo Testamento. El peregrino puede sorprenderse de que en Jerusalén apenas queden restos de la supuesta época del gran rey Salomón en el siglo 10 antes de Cristo. Los edificios importantes surgen principalmente dos siglos después de él, en el siglo 8 a.C. Por lo tanto, es posible que Salomón no haya sido tan influyente como nos dice la Biblia (véase 1 Reyes 1-11). Pero entonces, ¿por qué se exageró tanto la gloria del rey Salomón? ¿Intenta la Biblia engañar a sus lectores? No, claro que no. Pero los textos sobre la gloria sin parangón del reino salomónico se escribieron mucho después de Salomón, cuando el linaje de reyes de Judá necesitaba dotarse de un antepasado prestigioso, para legitimarse o justificar ciertas decisiones políticas.

Túnel construido por el rey Ezequías en el siglo VIII a.C. para asegurar el suministro de agua a Jerusalén en caso de asedio. Foto: Wikipedia


  • En el Nuevo Testamento se produce el mismo fenómeno, por ejemplo, en lo que respecta al lugar de nacimiento de Jesús. Durante siglos, la tradición ha situado el nacimiento de Jesús en Belén, en el emplazamiento de la Basílica de la Natividad. Sin embargo, todavía hay algunas dudas. Los dos evangelios que mencionan a Belén difieren. Según el Evangelio de Mateo, José y María viven en Belén (Mt 1,18-2,12), desde donde huyen a Egipto y vuelven a instalarse en "una ciudad llamada Nazaret" (2,23). Según Lucas, la pareja sube de Nazaret a Belén para inscribirse en el censo (Lc 2,4-5) y luego regresa a "su ciudad, Nazaret" (2,39). Sin embargo, al contrario de lo que afirma Lucas, el censo no exigió que la mujer, que además estaba embarazada, viajara doscientos kilómetros hasta Belén. ¿Será que Jesús nació en Nazaret? ¿Dónde vivían originalmente: en Nazaret o en Belén? Además, a lo largo de los evangelios, a Jesús se le llama "el nazareno" y siempre se hace referencia a Nazaret como su hogar. ¿Por qué nunca se menciona Belén como lugar de origen de Jesús fuera de los relatos de la infancia? Además, Belén está lejos de ser neutral: es la ciudad de David (a diferencia de Nazaret, que es un pueblo completamente desconocido en el resto de la Biblia). Para afirmar el mesianismo de Jesús, éste debe ser, por supuesto, descendiente de David, lo que Mateo y Lucas mencionan claramente en sus respectivas genealogías. ¿Qué mejor que situar su nacimiento en Belén, lugar simbólico por excelencia? Y sin embargo, digámoslo claramente, estas dudas no nos permiten decidirnos "a favor" o "en contra" de Belén. Debemos admitir que no sabemos dónde nació realmente Jesús.

Entrada a la gruta de la natividad en Belén. Foto: E. Pastore


En definitiva, estos ejemplos nos permiten comprender que los relatos bíblicos no son fuentes objetivas que el historiador pueda explotar de forma acrítica. La complejidad de la relación entre la Biblia y la arqueología no debe desanimarnos, sino que, por el contrario, debe despertar en nosotros la curiosidad por examinar constantemente los textos sagrados en su contexto histórico y redaccional. Paradójicamente, este tipo de lectura es fructífera para el lector creyente, porque: ¿acaso la fe sólo se basa en certezas?


Emanuelle Pastore


NOTAS [1] T. Römer, L’invention de Dieu, Paris, Seuil, 2014, p. 13.

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