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Bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios

27Mientras él hablaba estas cosas, aconteció que una mujer de entre el gentío, levantando la voz, le dijo: «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron». 28Pero él dijo: «Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen». (Lc 11,27-28)

A pesar de su brevedad, estos dos versículos están llenos de enseñanzas. Una mujer anónima declara bienaventurada a la que tuvo el honor de dar a luz a Jesús. En aquella época, la expectación por el Mesías era tan grande que las mujeres embarazadas esperaban dar a luz al que liberaría a su pueblo. Fue María de Nazaret quien tuvo este privilegio. Sin embargo, Jesús no entra en este tipo de consideraciones. Desvía la conversación. Sin despreciar la maternidad, evoca otra forma de felicidad, vinculada a la Palabra de Dios: «¡Bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la guardan!

Ya habíamos oído a Jesús decir cosas como ésta cuando miembros de su familia «humana» vinieron a buscarlo:

19Vinieron a él su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta él. 20Entonces le avisaron: «Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte». 21Él respondió diciéndoles: «Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen». (Lc 8,19-21)

En cierto modo, Jesús amplía los contornos de su familia normal o humana a los de una familia unida por lazos espirituales, que podríamos llamar simplemente «la Iglesia». En los dos textos citados, es siempre la Palabra de Dios la que se convierte en el signo de reconocimiento de quienes pertenecen a la familia de Jesús. ¿Qué representa, pues, la Palabra de Dios? Para el judío que era Jesús, la Palabra de Dios está registrada en los cinco primeros libros de la Biblia, la Torá (o Pentateuco). Para Jesús, como para sus correligionarios, el plan de Dios para la humanidad, para el pueblo de Israel y para toda la humanidad, está recogido en estos textos. Lejos de ser letra muerta, estos escritos son la Palabra viva de Dios que guía a todo creyente sincero por el camino de la verdadera felicidad. Por eso Jesús considera que la verdadera felicidad no reside en tal o cual logro humano -ni siquiera en la maternidad-, sino que radica en escuchar y observar fielmente la Palabra divina, es decir, en la obediencia.


Este es el mensaje del Salmo 118 (119), el más largo de la Biblia. Alaba la Palabra de Dios y sus beneficios:

65(Tet) Has dado bienes a tu siervo, | Señor, con tus palabras; 66enséñame la bondad, la prudencia y el conocimiento, | porque me fío de tus mandatos; 67antes de sufrir, yo andaba extraviado, | pero ahora me ajusto a tu promesa. 68Tú eres bueno y haces el bien; | instrúyeme en tus decretos; 69los insolentes urden engaños contra mí, | pero yo custodio tus mandatos de todo corazón; 70tienen el corazón espeso como grasa, | pero mi delicia es tu ley. 71Me estuvo bien el sufrir, | así aprendí tus decretos; 72más estimo yo la ley de tu boca | que miles de monedas de oro y plata. 73(Yod) Tus manos me hicieron y me formaron: | instrúyeme para que aprenda tus mandatos; 74los que te temen verán con alegría | que he esperado en tu palabra; 75reconozco, Señor, que tus mandamientos son justos. (Salmo 118)

Como cristianos, debemos ir un paso más allá. Creemos que en Jesucristo se ha cumplido la Palabra de Dios. Creemos que en Jesucristo resucitado todo ha sido revelado y que se nos ha ofrecido la salvación. Jesucristo «es» la Palabra de Dios hecha carne. En su persona se realiza plenamente el plan divino. Por eso, «escuchar y guardar la Palabra de Dios», como nos invita a hacer el Evangelio de hoy, no significa sólo pasar las páginas de un libro, sino sobre todo cultivar una vida cristiana en unión con Jesucristo resucitado y vivo. Ésa es la fuente de la verdadera felicidad.


Emanuelle Pastore

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